No voy a hacer hoy una tesis sobre la bondad de los castigos, y menos después de que el psicólogo me dijera que mi hijo estaba castigado tantas veces que se olvidaba habitualmente de la causa del castigo. Si, no me miréis así, soy una mala madre.
Y de eso es de lo que os quería hablar. De que antes castigaba a mis alumnos a menudo. En el recreo, si no hacían los deberes, a copiar si se portaban mal en clase, a repetirlo si lo hacían deprisa y mal...
Y ahora resulta que castigo mucho más en casa, con dos, que en el insti con ciento y bastantes.
La causa de esto no es que mis alumnos sean unas joyas, ni que mis hijos sean fruto el mismísimo diablo (aunque esto último... no sé yo...)
La causa es que los castigos de mis alumnos me comen demasiada energía y tiempo, y con lo de casa ya tengo bastante.
Si les dejo sin recreo, me quedo yo sin recreo y sin tomar un mísero café desde las seis u media de la mañana hasta casi las cuatro que vuelvo a casa. Si les mando un trabajo o ejercicios, tengo que corregirlos, ya tengo demasiado trabajo. Y así sucesivamente.
Así qué sólo castigo a los de casa. Mejor dicho, solo castigo a uno de los de casa.
Esta semana pasada, prácticamente todos los días hemos tenido algo.
El lunes no quiso comer, aunque si os digo la verdad, si a mí me ponen aquello que él tenía en el plato, tampoco habría querido comerlo.
El martes comió tan mal y tardó tanto que le dieron la pera para que la comiera de camino a casa.
- Ya sabes - le digo con la voz más firme que puedo - al entrar por al puerta, la pera tiene que estar terminada.
- Ya está - me dice al llegar - enseñándome las manos vacías.
Pero la pera, o al menos parte de ella, estaba en el bolsillo del pantalón, así que otra vez castigado.
El miércoles estaba castigado ya en el cole. Porque le había enseñado un dedo a un niño. Incauta de mí, no le veía yo nada malo a eso de que enseñasen los dedos, pero, empanada como estoy siempre, no lo estaba entendiendo muy bien. Castigado al llegar a casa.
Y, al llegar, empieza con lo de siempre, intentando poner el dedo en la llaga, y socavarme los cimientos de madre, esos que cada vez tengo menos arraigados, gracias a su trabajo, a pico y pala, día tras día..
Y, al llegar, empieza con lo de siempre, intentando poner el dedo en la llaga, y socavarme los cimientos de madre, esos que cada vez tengo menos arraigados, gracias a su trabajo, a pico y pala, día tras día..
- Que sepas que eres la peor madre del mundo.
- Vale.
- Y que ya no te quiero.
- Muy bien.
- Y que te odio.
- Pues bueno.
- Y que ya no te quiero.
- Muy bien.
- Y que te odio.
- Pues bueno.
- Y que me estás arruinando la vida.
- De acuerdo.
Y por último. Y esto era nuevo.
- Y la que más grita de todas las madres del mundo.
- ¿La que más grito?
- Sí, la que más de todas.
- ¿Más que la madre de Carolina? (según él esta madre está en el número uno de madres gritonas)
Se queda pensando un momento.
He dicho.